Ojala entre los propósitos del 2023 estuviera el propio propósito en sí. Es un juego de palabras, cierto 🙂 pero deriva en un tema serio. Porque tiene que ver con la trascendencia; eso que nos conecta con el dar, el servir y ser de utilidad a los demás. Al menos como yo entiendo la punta de la Pirámide de Maslow.
Seguramente coincidamos en que aún no hemos desarrollado la con(s)ciencia -como sociedad, como educadores, como profesionales- de la importancia que tiene el concepto del propósito en nuestra existencia. Difícil al estar enorme parte de la poblacion en el trabajo por subsistencia. Tanto por mejorar…
Por eso debiera ser un deber y un derecho. Porque cuando lo que haces te conecta por dentro, te realiza y motiva, te trasciende, se borran las barreras entre el «horario de trabajo» y el «de vida», todo es lo mismo. Ahí afinas la capacidad de gestionar y optimizar tus tiempos, ayudándote de las nuevas tecnologías para ello. Reducir los horarios y desconectar adecuadamente es la clave: solo cuando descansamos –y cuidamos mente, cuerpo y espíritu–, pensamos, creamos y aportamos mejor a nuestro oficio.
Y eso es ser knowmad: estar «enchufado» con lo que haces, conectar, compartir, imaginar, innovar, adaptarte a los cambios, practicar la inteligencia colectiva, disfrutar, aprender y crecer. Aportar. Dar. Sostener. Desarrollar una empleabilidad sostenible, propósito de Año Nuevo.
Feliz entrada a todos.
El escenario del trabajo del futuro –y cada vez más, el del presente– no será una oficina. A medida que el peso del conocimiento crece en la fuerza laboral y el uso de la tecnología se integra más, también lo hace la posibilidad de trabajar desde cualquier sitio. Los nómadas digitales se llevan el trabajo a cuestas y saltan de lugar en lugar buscando no solo la inspiración, sino también una nueva forma de vivir.
Comienzo esta tribuna desde una hamaca. No es lo más cómodo para escribir, pero durante un rato se puede y la selva invita a ello. Hace un calor húmedo y, de fondo, se escucha el sonido de una pequeña cascada. Es temporada de lluvias en Chiapas (México) y huele a todo aquello que de normal no olemos.
Mi mente está en el ordenador y la hoja en blanco, pero el rabillo del ojo vigila una hilera de hormigas. Las «probé» ayer mientras recorría la ciudad maya de Yaxchilán y no quiero repetir.
Sí, estoy trabajando desde un lugar paradisíaco como nómada digital –profesional que trabaja en movilidad, de manera completamente remota, desde diferentes ciudades y países– y por elección. Hace ya casi una década que decidí dar el salto del mundo asalariado a trabajar de manera independiente, colaborando como docente, speaker y consultora sobre el futuro del trabajo y la transformación organizacional. Durante estos años he perfeccionado la autogestión del tiempo, los horarios y la productividad; disfrutando de la libertad (cuando el cliente me lo permite) de poder trabajar desde cualquier sitio, forma y lugar. Y estoy acostumbrada a un estado radical de incertidumbre, que al principio picaba como Solenopsis invicta, pero que ya forma parte de mi identidad.
Se estima que hay 35 millones de personas en todo el mundo trabajando en esta modalidad y que para 2035 aumentará a 1.000 millones. Las cifras pueden bailar, pero lo innegable es que es una tendencia en alza e imparable gracias a nuevos modelos organizacionales, flexiwork, trabajo en diferido, contrataciones por proyectos o la digitalización.
Algunos datos sobre esta realidad quizá sorprendan, pues hay mucho sesgo e idealizaciones en las redes en torno a este perfil.
Lo primero: los nómadas digitales no son jovencísimos ni mochileros ni freelances, aunque por supuesto los hay. La mitad tiene 40 años de media, son profesionales cualificados y facturan –o cobran– bien (la mayoría de los nómadas digitales, el 79%, está satisfecho o muy satisfecho con sus ingresos).
Para que nos hagamos una idea, el 36% trabaja como autónomo para varias empresas y el 21%, como empleado fijo para una compañía, el 33% tiene su propio negocio y el 5% consulta para una organización. Aunque yo hoy estoy en un lugar exótico, el 83% de los nómadas no se va tan lejos. Viajan dentro de su propio país por temas de diferencia horaria, costes y conectividad. España es uno de los lugares más atractivos para este colectivo. Son buenas noticias: hagamos por atraer más.
Probablemente, todos nos hemos sentido nómadas digitales en algún momento de estos últimos años, pero hay que diferenciar. Mi hamaca es real, mi nomadismo, puntual. La mayoría de los profesionales –bien seamos asalariados, bien trabajemos por cuenta propia– en verdad somos –o deberíamos ser– knowmads (nómadas del conocimiento). No es exactamente lo mismo que nómada digital, aunque la raíz sea la misma.
«El 36% de los nómadas digitales trabaja como autónomo para varias empresas y el 33% tiene su propio negocio»
¿La diferencia? Yo no trabajo viajando (significa estar entre tres meses y un año en diferentes partes del mundo), sino que lo hago en remoto solo parte del tiempo. Híbrido, como ya la mayoría de los empleados en este país. Mi sede está en Madrid, desde donde viajo mucho y a donde regreso al poco tiempo. De hecho, para algunos este momento serían unas vacaciones en las que toca trabajar. Estoy de acuerdo, solo que esto en vez de molestarme me genera felicidad. Desconecto y trabajo, trabajo y desconecto; todo a la vez y al mismo tiempo.
Esta es una pieza clave que diferencia a un trabajador en remoto tradicional de un knowmad. Sé que cuesta aceptarlo –desgraciadamente aún gran parte del mundo trabaja en algo por necesidad, pero sin disfrute alguno del proceso–, pero gozar –he elegido esta palabra a conciencia– de tu actividad laboral es lo que la tecnología humanizada puede aportarnos en esta era. No es naif: es la evolución del trabajo, cuatro revoluciones industriales mediante.
Cuando lo que haces te conecta por dentro, te realiza y motiva, se borran las barreras entre el «horario de trabajo» y el «de vida», porque todo es lo mismo. Ahí afinas la capacidad de gestionar y optimizar tus tiempos, ayudándote de las nuevas tecnologías para ello.
Reducir los horarios y desconectar adecuadamente es la clave: solo cuando descansamos –y cuidamos mente, cuerpo y espíritu–, pensamos, creamos y aportamos mejor a nuestro oficio. Y eso es ser knowmad: estar «enchufado» con lo que haces, conectar, compartir, imaginar, innovar, adaptarte a los cambios, practicar la inteligencia colectiva, disfrutar, aprender o crecer. En resumidas cuentas: desarrollar una empleabilidad sostenible.
Porque ya seas freelance, autónomo, asalariado o emprendedor, como decían los abuelos mayas: Le máax ma’alob u meyaje’ ku kaxta’al («Al que trabaja bien lo buscan»).
Desde aquí y desde allá.
Autor: Raquel Roca